highlike

Ari Folman

Waltz with Bashir

Ari Folman   Waltz with Bashir

source: lesfilmsdicifr

César du meilleur Film Etranger 2008 – Golden Globe du meilleur film étranger 2008 – Meilleur film à l’International Documentary Awards de Los Angeles 2008 – BIFA du meilleur film étranger à Londres 2008 – Meilleur film d’animation aux Los Angeles Film Critics Awards 2008 – Meilleure musique de film aux European Film Awards 2008 -Sélection en Compétition Officielle -Cannes 2008 – Meilleur film, meilleur réalisateur, meilleur scénario, meilleur montage, meilleur son, meilleure direction artistique aux Ophirs Awards 2008 – Meilleur film selon le National Society of Film Critics de New York 2008 – Meilleur film 2008 selon les lecteurs et la rédaction du magazine Telerama Meilleur Film 2008 selon la rédaction de l’émission radiophonique “Le Masque et la Plume” sur France Inter.
Le premier documentaire d’animation : une plongée au cœur du massacre de Sabra et Chatila (Beyrouth Ouest – septembre 1982). Un soir, dans un bar, un vieil ami raconte au réalisateur, Ari Folman, un rêve récurrent qui vient hanter toutes ses nuits et dans lequel il est poursuivi par 26 chiens féroces. Toutes les nuits, le même nombre de chiens. Les deux hommes en concluent qu’il y a certainement un lien avec leur expérience commune dans l’armée israélienne lors de la première guerre du Liban, au début des années 80. Ari est surpris de n’avoir plus aucun souvenir de cette période. Intrigué, il décide de partir à la rencontre de ses anciens camarades de guerre maintenant éparpillés dans le monde entier. Afin de découvrir la vérité sur cette période et sur lui-même. Au fur et à mesure de ses rencontres, Ari plonge alors dans le mystère et sa mémoire commence à être parasitée par des images de plus en plus surréalistes…
.
.
.
.
.
.
.
source: videa-bienblogspot

Impactante documental/drama que se sirve de técnicas de animación para recrear de forma ingeniosa el genocidio de 1982 en el Líbano.

En 1982 las tropas de Israel invadieron el Líbano para expulsar a la Organización para la Liberación de Palestina, y durante este conflicto armado se produjo una de las matanzas más cruentas y con más repercusión en toda Europa, la llamada Masacre de Sabra y Chatila, en la que la Falange Libanesa exterminó a sangre fría a cientos o miles de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, cerca de Beirut, frente la pasividad del ejército israelí que observaba el genocidio sin intervenir. La excusa de la milicia cristiano-falangista libanesa para entrar en los campos era identificar y desarmar a miembros de la Organización para la Liberación de Palestina, pero lo que ocurrió en realidad fue que se llevaron a cabo fusilamientos, ejecuciones, violaciones y todo tipo de crímenes y asesinatos que acabaron con la vida de hombres, mujeres, abuelos y niños inocentes y ajenos al conflicto, mientras el ejército israelí vigilaba el perímetro de la zona e iluminaba la escena. Ari Folman fue soldado israelí en la Guerra del Líbano en 1982 y testigo de la masacre, y desde hace algunos años es director y guionista en su país natal, en el que ha realizado tan solo tres películas hasta la fecha en doce años: “Clara Hakedosha”, “Made in Israel”_ y la película que este año pasado ha causado sensación por todo el globo, “Vals con Bashir”.

La película explica como el protagonista, Ari, intenta dar solución al problema que un amigo suyo le cuenta, el cual lleva un par de años teniendo el mismo recurrente sueño noche tras noche donde 26 perros rabiosos le persiguen para matarle. El sueño está relacionado con su pasado como soldado en la Guerra del Líbano que tuvo lugar más de 20 años atrás y Ari advierte que no conserva recuerdos de esa época, en concreto de la Masacre de Sabra y Chatila en la que asistió como refuerzo de la fuerza de defensa israelí, y extrañado e intrigado comienza una búsqueda de respuestas para desvelar el por qué de esa curiosa pérdida de memoria.

Ari Folman no solo ha escrito y dirigido “Vals con Bashir” sino que también la protagoniza basándose en sus propias vivencias por lo que no solo estaríamos hablando de una película de ficción ya que en cierto modo también sería un documental con aspectos de ficción o incluso un biopic. La película sería difícil de clasificar, para empezar porque es un film animado con una temática seria, cosa que hoy en día parece que no todo el público entiende ya que en ocasiones se cree que los dibujos están limitados tan solo al cine infantil —craso y lamentable error— y la trama que narra no tiene nada de comedia ni de insustancial, salvo contadas y concretas escenas para mitigar tensión. Dentro del género animado (si lo consideramos género) nos encontramos con un film a medio camino entre la ficción y la realidad, por un lado la historia que cuenta es verídica, está basada en las experiencias del director y de hecho él es el protagonista de la cinta y el personaje que conduce el film, pero por otro la película está llena de escenas surrealistas y oníricas que no hacen sino representar algunos sentimientos, situaciones metafóricas y sueños que de ser una película convencional no podrían llevarse a cabo. En este aspecto podría considerarse en cierta forma un documental con tintes ficticios ya que la estructura del film como documental es muy clásica en ocasiones, Ari va buscando a antiguos compañeros en el ejército y algún que otro periodista, abogado y psicólogo, realizando entrevistas y recopilando opiniones que van dando forma a una representación de lo que ocurrió, ayudándose de flashbacks a modo de “imágenes de archivo”, lo cual corresponde al perfil de documental. Además la mayoría de los personajes son reales y prestan su voz para el film, que está rodado íntegramente en hebreo en su versión original.

La película además de estar encartada en el género de documental y animación también se podría incluir ligeramente en el bélico, ya que recurre constantemente al conflicto armado del Líbano y tiene muchas escenas en pantalla a base de flashbacks, y sin duda también funcionaría como drama por la carga emotiva del film, aunque más que emotiva es desgarradora; creo que el final de la cinta, la última escena de todas, es quizá la escena final más impactante de las que he visto en mi vida en una película, por lo evidente. Si alguien la ha visto sabrá de qué hablo. Para acabar de encuadrarla en sub-géneros también encajaría como película de suspense, debido a que el hilo del film es encontrar respuesta a por qué Ari no consigue tener recuerdos de la masacre, tenemos la duda de qué quiere esconder (consciente o inconscientemente), qué significa su recurrente sueño de la playa y qué ha hecho que olvide un suceso tan traumático. Hasta el final no conocemos la respuesta, lo que le da ese componente de intriga que acaba otorgándole a la película una dimensión más completa, otro significado y sobre todo un sentido.

La animación de “Vals con Bashir” es un punto muy fuerte, no tiene nada de convencional y no se decanta por la tendencia actual de la animación en 3D sino que apuesta por una combinación de varios estilos de animación. Obra de Yoni Goodman, la animación tradicional a mano se ha complementado con animación en Flash (2D) basada en material en vídeo, todo ayudado por técnicas 3D, y aunque lo parezca no tiene nada que ver con la técnica de la rotoscopia, utilizada por ejemplo en “Una Mirada a la oscuridad: A Scanner Darkly” (otra imprescindible), que se anima a partir de la imagen real una vez filmada. El resultado es un vistoso y aparentemente sencillo estilo visual que en realidad es una exquisitez cuando lo vemos en movimiento, pequeños detalles sobresalen en el conjunto de forma natural, con fluidos movimientos y animaciones que están realizadas a consciencia prestando atención a los juegos de sombras e iluminación, realmente maravillosos y al uso del color que son la prueba de la altísima calidad de la animación. Además este estilo da pie a que se puedan realizar con soltura las escenas de sueños y fantasías con suma facilidad, y eso es uno de los factores que hace que la película tenga un punto surrealista que le da el toque de maestría.

Además de la brillante dirección de Ari Folman y su tremendo guión también destaca la música, obra de Max Richter que realiza una melodía muy orquestada y clásica, con pianos y violines dando un tono melodramático al film en ocasiones clave o animando la acción con temas más movidos, y sobre todo destaca por la elección de algunas canciones más movidas de los 80′ como “Enola Gay” de OMD, “This is Not a Love Song” de PiL y otras varias que encajan a la perfección con la narración del instante en el que suenan. La banda sonora es otro de los grandes puntos fuertes de la cinta.

La película, que es una co-producción internacional entre Israel, EEUU, Alemania y Francia de cuatro años de trabajo, ha sido un éxito total en todos los ámbitos artísticos, e incluso en taquilla ha conseguido unos resultados dignos de más de $8M que superan sus $2M de presupuesto, y teniendo en cuenta el corte del film (animado, surrealista en ocasiones y semi-documental) es todo un logro. La crítica se ha volcado completamente con la película, en varios círculos críticos y en las revistas más prestigiosas se ha considerado que está entre las mejores películas de 2008 (en EEUU se estrenó el año pasado), ha estado presente en los mejores festivales, ganó el Globo de Oro a la mejor película extranjera, está nominada en la misma categoría en los próximos Oscar, en Cannes formó parte de la sección oficial, en los BAFTA opta a los premios de mejor película animada y mejor película extranjera, igual que en la Broadcast Film Critics Association (la mayor asociación de críticos en los EEUU), considerada la mejor película del año por la National Society of Film Critics, por supuesto en los premios del cine de Israel arrasó con 6 premios, y la lista sigue extendiéndose allá por donde ha pasado en multitud de festivales y certámenes, es decir un éxito total y una respuesta unánime: “Vals con Bashir” es una película brillante, sencilla en su apariencia pero compleja en su estructura, muy elaborada y con un sentido del gusto exquisito. Una película original que merece la pena ser destacada por su interesante planteamiento, por el impacto que provoca y lo desgarradora que es y por la mano que ha mostrado el director en su elaboración, una cinta que debe verse.
.
.
.
.
.
.
.
source: filmkrantnl

Met een bijzondere animatietechniek betreedt Ari Folman met het onvergetelijke waltz with bashir het schemergebied tussen documentaire en speelfilm en weet zo het karakter van de herinnering haarscherp te treffen.
Je moet er niet aan denken hoe saai walt with bashir geweest zou zijn als de Israëlische filmmaker Ari Folman de gesprekken met zijn wapenbroeders uit 1982 in de vorm van een traditionele documentaire had gegoten. Ik overdrijf. De verhalen van de soldaten die betrokken waren bij de invasie van Zuid-Libanon — aanvankelijk alleen bedoeld om raketinstallaties het zwijgen op te leggen — zijn indrukwekkend genoeg. Maar toch. Folman zag het bezwaar en besloot er een bijzondere animatiefilm van te maken.
Alleen al die overrompelende opening. Blaffende honden jakkeren door de stad. Bloeddorstig, klaar om hun prooi te verscheuren. Tafeltjes en stoeltjes kletteren op de verlaten terrasjes omver. Een enkele voorbijganger die nog op straat is springt geschrokken opzij, maar de honden kijken niet op of om. Ze jagen verder, ze weten wie ze moeten hebben.
Het is de nachtmerrie van een vriend van Folman. Op patrouille in Zuid-Libanon was hij degene die niet op mensen durfde te schieten. Daarom moest hij de honden uitschakelen die hun komst zouden verraden. Toen Folman dat verhaal hoorde realiseerde hij zich dat die hele episode uit zijn geheugen was gewist, een episode die indirect zou leiden tot de moord op de nieuwe president van Libanon Bashir Gemayel en de bloedige wraakactie van zijn christelijke militie in de Palestijnse vluchtelingenkampen Sabra en Shatila.

Therapie
Door de rondgang langs oude vrienden en het vastleggen van hun verhalen zag Folman ook zijn eigen herinneringen weer terugkomen. De productie van de film werd een vier jaar durende therapiesessie. waltz with bashir is een langzaam groeiend mozaïek van verwarrende gevoelens en traumatische belevenissen. Geen onderzoeksjournalistiek die mikt op waarheidsvinding of schokkende onthullingen (al ontbreken wrange constateringen niet), maar een die vooral de ervaring weer wil oproepen. De onverschilligheid, de verwarring, de dreiging, de angst. Oorlog is als een gek om je heen schieten omdat je niet weet waar het gevaar loert. Oorlog is van een veilige afstand zien hoe een Falangist een oude man vermoordt en er niets aan doen.
Voor de animatie is een stijl gekozen die doet denken aan een nagetekende speelfilm, met het grafische karakter van een stripverhaal. Het tempo is, anders dan je zou verwachten, overwegend kalm en bedachtzaam. Ook de geïnterviewden, die af in toe in beeld komen, zijn getekend, inclusief relativerende blikken, wegwerpgebaren en opgestoken sigaretten.
Geen cartoon dus, maar een merkwaardig gestileerd realisme dat toch ook een wat onwerkelijk, soms ook letterlijk droomachtig karakter heeft behouden. Folman heeft niet de gebeurtenissen zelf gereconstrueerd, maar de herinnering eraan verfilmd. Wonderlijk en wondermooi is die zwemmende reuzenvrouw die een soldaat redt voordat een raket het schip treft. Wonderlijk zijn ook die naakte jongens die met hun wapen in de hand uit de zee komen en verbaasd Beiroet intrekken. Onvergetelijke beelden, onvergetelijke verbeelding.
.
.
.
.
.
.
.
source: grignouxbe

Le propos du film

Valse avec Bachir, comme tout autre film, peut être abordé de différents points de vue qui dépendront des connaissances mais également des opinions des différents spectateurs. Certaines de ces approches risquent cependant d’être unilatérales, partielles et parfois partiales: ainsi, si certains spectateurs — notamment les plus jeunes — ne connaissent pas ou connaissent mal ce qui s’est passé au Liban en 1982, il est clair cependant que Valse avec Bachir ne peut pas être considéré comme un reportage ou un documentaire, ni encore moins une révélation sur les massacres de Sabra et Chatila dont on voit les images terribles à la fin du film. Loin d’être ignorés ou cachés, ces événements ont eu une répercussion immédiate[1] dans les médias du monde entier, et le cinéaste s’adresse donc à des spectateurs dont un grand nombre sait dès le début du film (même de façon partielle) ce que signifient les mots Sabra et Chatila.

Objectif et méthode d’animation
L’objectif de l’animation proposée ici sera de mener une réflexion sur le propos de l’auteur du film, qui n’est pas explicité en tant que tel et qui doit être reconstitué à partir des différents éléments filmiques comme les interventions des personnages, les images mises en scène, les morceaux d’histoires racontées mais aussi des détails apparemment plus accessoires comme les musiques utilisées ou le style graphique de ce dessin animé[2]. Pour mener cette réflexion, l’on propose de comparer Valse avec Bachir avec d’autres films (ou genres de films) dont il pourrait être rapproché mais dont il se distingue néanmoins facilement.

Les participants seront par exemple répartis en trois groupes de discussion qui compareront le film d’Ari Folman avec

un documentaire ou un reportage télévisuel
un film de fiction (par exemple un film d’action)
un dessin animé
La comparaison portera aussi bien sur les thèmes du film que son esthétique ou sa mise en forme. On recherchera les différences entre ces «objets» — de façon à caractériser l’originalité propre de Valse avec Bachir — mais également les ressemblances — car l’originalité n’est jamais absolue —.

Enfin, après avoir décrit ces différents traits, on essaiera de les interpréter en fonction du propos supposé de l’auteur, tel qu’on peut le reconstituer grâce aux éléments ainsi observés.

Dans les trois encadrés des pages qui suivent [seul le premier de ces encadrés est reproduit sur cette page web], on trouvera des analyses menées dans cette optique: elles pourront être remises aux participants si leur première réflexion se révèle trop pauvre, ou pour les confronter aux leurs propres.

1. Les massacres se sont déroulés du jeudi 16 septembre 1982 au samedi matin 18 quand le général israélien Yaron a ordonné au chef des phalangistes de retirer ses troupes des camps. Des employés de la Croix Rouge et des journalistes y pénètrent alors et en découvrent toute l’horreur dont ils diffusent les images aux différentes télévisions. En France, par exemple, le journal télévisé d’Antenne 2 montre en ouverture de son édition du soir (le 18) un reportage en images sur ces événements (puis un second le 19). L’émotion est considérable et les condamnations unanimes dans le monde. En France encore, le surlendemain (le 20) a lieu une manifestation à Paris rassemblant plus de 10000 personnes avec le slogan «Halte aux massacres — Paix au Liban». Les «phalanges chrétiennes» sont immédiatement désignées comme les auteurs de ces tueries, mais les médias occidentaux restent beaucoup plus vagues sur les responsabilités israéliennes.
En Israël, ces images sont également montrées, suscitant émotions et polémiques politiques. Le gouvernement israélien doit alors mettre sur pied une commission d’investigation, dirigée par le juge Kahane, Président de la Cour Suprême: elle concluera en février 83 à la responsabilité directe des miliciens phalangistes, mais mettra également en cause plusieurs responsables politiques et militaires israéliens pour avoir autorisé l’entrée de ces milices dans les camps. Principale de ces personnalités, le ministre Ariel Sharon sera alors contraint de démissionner.

2. On considérera ici l’auteur du film comme une «figure textuelle» reconstruite à partir des différents élément filmiques: le film est évidemment le résultat d’un processus créatif intentionnel (même s’il reste partiellement implicite ou inconscient). En ce sens, l’auteur ne se confond pas avec le cinéaste, personne réelle qui peut donner par exemple dans des interviews des interprétations divergentes de son film.

Valse avec Bachir, un documentaire?
Vérité objective/vérité subjective

Valse avec Bachir présente certaines caractéristiques d’un documentaire, en particulier le recours à des interviews de personnes ayant participé aux événements évoqués. Comme dans un documentaire historique, l’on retrouve également un écart très sensible entre le présent, apparemment apaisé —celui des personnes interviewées—, et le passé vécu de façon dramatique, souvent brute, absurde et violente.

En revanche, il est beaucoup plus rare dans un documentaire que l’investigation conduite par le cinéaste porte sur sa propre personne et ses propres souvenirs: généralement, le documentariste opère une nette coupure entre lui-même et les individus qu’il filme ou les faits qu’il évoque. Ari Folman, cinéaste d’aujourd’hui (en 2008), mène quant à lui une enquête sur ce qu’il faisait personnellement pendant la guerre du Liban en 1982 et sur ce qu’ont vécu ses compagnons d’armes à ce moment. Ainsi, son film traduit un point de vue très subjectif puisque le cinéaste essaie de reconstituer des souvenirs qui se sont apparemment effacés.

Ari Folman ne vise donc pas à raconter de façon objective ce qui s’est passé au Liban en 1982, en particulier les massacres de Sabra et Chatila, et il suppose au contraire que les spectateurs du film aient une connaissance minimale de ces événements. Lui-même «sait» d’ailleurs ce qui s’est alors passé, mais il le sait de façon «intellectuelle», «abstraite», verbale, comme il aurait pu l’entendre à la radio ou le voir à la télévision, alors qu’il cherche au contraire à retrouver la réalité concrète, vivante de ses propres souvenirs. L’enquête qu’il mène porte donc moins sur les faits objectifs, tels qu’ils sont aujourd’hui connus, que sur sa propre vérité subjective à présent masquée par ce qu’on appelle un «souvenir-écran», cette image de lui-même et de quelques autres soldats sortant de la mer nus face aux bâtiments bombardés de Beyrouth au milieu de la nuit. Sa démarche consiste alors à se servir des témoignages de ses anciens compagnons pour essayer de retrouver ses propres souvenirs.

Bribes de souvenirs et émotions

Ainsi par rapport à un documentaire classique, tel qu’on pourrait l’imaginer sur les massacres de Sabra et Chatila, on pourrait dire que Valse avec Bachir «tourne autour du pot»: si la «trajectoire» du film culmine effectivement avec les images de ces massacres, la plus grande partie est consacrée aux différents souvenirs des uns et des autres de la guerre au Liban en 1982. Mais ce qui intéresse Ari Folman, ce sont sans doute moins les faits objectifs que les impressions subjectives, les émotions, les sentiments que traduisent ces souvenirs: ainsi, le retour du soldat Ari Folman en permission n’a que peu d’intérêt objectif (il était seul, il est sorti en boîte) mais une grande valeur subjective puisqu’il révèle l’écart entre la vie quotidienne des civils israéliens et les sentiments violents ressentis par les soldats sur le front. La logique du récit est d’ailleurs ici celle de l’association des souvenirs puisque, voyant les civils indifférents autour de lui, Ari se souvient de sa propre enfance où lui-même vivait dans la peur des bombardements d’une autre guerre: le film passe ainsi d’une idée à l’autre, d’un souvenir à l’autre avec des liens objectifs très ténus (il passera ainsi de ses propres souvenirs de permission à ceux de son père soldat sur le front soviétique pendant la Seconde Guerre mondiale qui n’a eu le droit d’embrasser sa femme sur un quai de gare que pendant un bref instant).

La guerre au Liban n’est donc pas racontée de façon «objective» mais par une accumulation de fragments subjectifs, par une multiplicité de récits individuels qui ne forment pas une trame historique continue: ce sont des souvenirs sans doute marquants (un enfant tirant au lance-roquettes sur un blindé israélien), souvent exceptionnels, marqués parfois par l’étrange ou le surréalisme (les habitants de Beyrouth assistant comme au spectacle à l’échange de tirs), quelquefois insignifiants (Ari en permission regardant l’image du Premier Ministre Begin sur les écrans de télévision dans une vitrine de magasin) mais toujours teintés d’une forte dimension subjective. On se souviendra notamment de ce rêve du soldat en bateau qui se voit emporté par un grand corps de femme opale sur la mer: une telle image serait évidemment impensable dans un documentaire traditionnel.

Le sens des souvenirs

Si l’on compare les différents souvenirs mis en scène, il est alors sans doute possible de les interpréter de façon similaire: la grande majorité d’entre eux montrent des soldats dépassés par les événements, à qui il arrive des choses auxquelles ils ne s’attendaient pas et auxquelles ils n’ont su que difficilement faire face. C’est le cas par exemple de ce tankiste dont le chef de char est abattu puis le char détruit et qui ne s’échappe que par miracle sans avoir pu opposer la moindre résistance ni porter le moindre secours à ses compagnons. La guerre a été vécue comme un choc, un traumatisme qui laisse ces hommes désemparés, en proie à des cauchemars comme ce rêve effrayant en ouverture du film montrant une meute de chiens aboyant et hurlant jusque sous la fenêtre de Boaz chargé pendant la guerre d’abattre les chiens aux abords des villages libanais. Même la séquence qui donne son titre au film où l’on voit Frenkel traverser avec un fusil-mitrailleur à la main une rue sous le feu ennemi et se mettre à danser tout en tirant dans tous les sens révèle la folie qui s’est emparée à ce moment de cet homme racontant pourtant très calmement les événements: Frenkel qui semble aujourd’hui très sûr de lui a été confronté à une situation intenable le poussant alors à un comportement absurde, presque suicidaire (même s’il a survécu). D’autres en revanche restent profondément marqués par ce qu’ils ont vécu et qu’ils ne parviennent pas à surmonter comme ce soldat qui n’aurait voulu être qu’un photographe sur les champs de bataille mais qui ne peut faire face à l’horreur des cadavres de chevaux sauvagement abattus.

Mais un autre sentiment se dégage si l’on confronte ces différents souvenirs: le remords par rapport à ce qu’on a fait ou laissé faire. C’est le cas dans plusieurs séquences marquantes comme celle du débarquement aux abords d’une plage où les soldats se mettent à tirer sans fin sur un véhicule qu’ils supposent ennemi. Au matin, quand le calme est revenu, l’un d’entre eux découvre que les cadavres dans l’auto sont ceux d’une famille civile. La séquence dans l’oliveraie peut laisser une impression plus ambivalente puisque les militaires israéliens répliquent ici à un tir ennemi, mais la découverte que le tireur n’est qu’un enfant finalement abattu sans pitié est un signe de la cruauté et de l’absurdité de cette guerre déclenchée par Israël. C’est l’impression que donnent également certains souvenirs du tankiste qui part joyeusement à la guerre, convaincu d’être protégé par le blindage de son char, mais les premières images de son périple montrent comment ces chars n’hésitent pas à écraser sous leurs chenilles les voitures stationnées dans les rues trop étroites des villes libanaises: on peut penser que le regard du tankiste sur ces événements a changé et qu’il est à présent conscient de la brutalité de cette action soulignée d’ailleurs par un gros plan de la caméra sur les chenilles écrasant une auto. Bien entendu, le cauchemar des chiens réveillant Boaz traduit également le remords de ce soldat qui ne voulait pas tirer sur des êtres humains et qui fut contraint d’abattre des animaux innocents.

Mais le sentiment de culpabilité le plus fort est sans aucun doute celui qui émerge au terme de la quête d’Ari Folman et qui le concerne au premier chef: lorsqu’il parvient à dépasser le souvenir-écran, il se rappelle l’émotion qu’il a alors ressentie quand les femmes palestiniennes sortant du camp se sont précipitées en sa direction, mais il se souvient aussi de son rôle exact pendant la nuit précédente qui consistait à lancer des fusées éclairantes au-dessus des camps, facilitant ainsi l’action des miliciens phalangistes. Mise explicitement en parallèle avec la liquidation du ghetto de Varsovie par les nazis, l’évocation de ces événements de façon délibérément subjective pose donc la question des responsabilités israéliennes dans la guerre de 82 et des traces qu’elle a laissées dans l’ensemble de la société.

La mise en scène

On retrouve dans la mise en scène de Valse avec Bachir des éléments courants dans le documentaire comme le recours à des interviews de témoins des événements évoqués. Mais les faits ainsi racontés sont mis en images par le cinéaste et ses collaborateurs et font donc l’objet d’une reconstitution en partie fictive, même si elle peut paraître très réaliste: en cela, le film d’Ari Folman semble se rapprocher d’un genre télévisuel récent, le «docu-fiction», qui alterne témoignages authentiques et mise en scène des événements historiques ainsi évoqués. Mais Valse avec Bachir s’en distingue néanmoins par l’importance donnée aux émotions ressenties, aux rêves, à l’imaginaire, à la subjectivité de la perception, alors que le «docu-fiction» prétend en général présenter les faits de manière objective. Dans un tel docu-fiction, on ne trouverait certainement pas un cauchemar comme celui des chiens pourchassant Boaz ou un rêve éveillé comme celui d’Ari à l’aéroport de Beyrouth qui s’imagine prêt à partir en voyage dans un des avions stationnés sur le tarmac qu’on découvre bientôt complètement détruits par la guerre comme l’ensemble du terminal.

Le recours au dessin animé plutôt qu’à la mise en scène d’acteurs interprétant un rôle permet sans doute aux spectateurs de ne jamais oublier totalement que la réalité montrée est toujours celle des souvenirs qui diffractent de façon plus ou moins importante les événements vécus. C’est explicitement dit par le soldat embarqué dans ce qu’il pense être un yacht civil mais qui devait être une vedette militaire; l’explosion de ce bateau — alors que lui-même flotte sur un grand corps féminin — est également évoquée comme un fait probablement rêvé. Mais bien d’autres événements sont marqués par la subjectivité du souvenir comme cette roquette tirée par un enfant mais qui atteint le blindé israélien au ralenti d’une façon qui ne peut être qu’imaginée. Semblablement, la séquence où Ari conduit des blessés et des morts «vers la lumière» semble presque irréelle jusqu’à ce qu’on comprenne qu’il s’agit en fait d’une zone d’atterrissage pour les hélicoptères. On peut donc sans doute parler d’une réalité hallucinée comme dans un rêve mis en images: le mélange entre souvenirs réels et reconstitués est ainsi souvent inextricable.

Seule la dernière séquence est constituée d’images authentiques prises par des caméramans sur les lieux des massacres: la réalité insoutenable est alors plus forte que tous les souvenirs plus ou moins reconstitués.
.
.
.
.
.
.
.
source: blogdogutembergblogspot

Valsa com Bashir põe o dedo na ferida, narrando episódios de guerra nunca antes relatados. Resgata algumas lembranças do conflito entre Israel e Líbano nos anos 80 e foca na procura do autor por antigos colegas de exército para coletar depoimentos sobre o ocorrido. Conta uma história conhecida: os massacres de Sabra e Chatila, na guerra do Líbano, em 1982. No fim, o que vemos é a história então contada ao mundo pelas câmaras de televisão. Sabra e Chatila eram dois campos de refugiados palestinianos. Sob a complacência israelita, cristãos libaneses massacraram inocentes, mulheres, crianças, velhos. O que vemos no ecrã é o regresso de sobreviventes aos campos – que choram e gritam. A dor já não é filtrada pelas cores intensas do desenho: o protagonista confronta-se com a sua memória que apagou os dias da guerra no Líbano e decide partir em busca do que foram esses dias. A sua descoberta é a nossa.

Folman é um realizador israelita e foi soldado na guerra de 1982. Mais de 20 anos depois, um encontro com um amigo traz-lhe à memória esses dias, de que não se lembra, de que apagou o registo. A partir daí o filme constrói-se de encontros entre camaradas de armas onde Ari vai reconstruindo a sua ida à guerra. A sua viagem é nossa também e à medida que ele compõe o quadro do que aconteceu naquele ano, o leitor vai construindo também a teia complexa em que se enredou já há muito o Médio Oriente. A história em quadrinhos apresenta um olhar notável de inteligência e beleza, de sonho e medo sobre os eternos conflitos da região. Por entre as cores fortes, a atenção aos detalhes da imagem, o olhar quase terno das personagens sobre o seu passado, as ideias feitas são desarrumadas. No meio dos tiros, Ari Folman põe-nos a dançar a valsa, para sublinhar o absurdo da guerra, de qualquer guerra. A imbecilidade da guerra é mostrada. Tudo do lado do atacante. A “Valsa com Bashir” é, antes de qualquer outro adjetivo, intemporal. O fato de estar datado e situado em nada o altera. Depois, é cru, humanista, existencialista e freudiano. É uma obra que suga todo o amplexo do ar.

O ponto forte da história é quando são mostradas as “verdades” que estão por trás de todas as guerras: massacre, genocídio, destruição. Algumas sequências reais, imagens de arquivo no final, acordam o leitor para a realidade. O massacre de Sabra e Shatila suscitou ultraje mundial, e uma comissão de inquérito formada em Israel responsabilizou indiretamente o então ministro da Defesa Ariel Sharon, forçando-o a renunciar do seu cargo. A comissão concluiu que Sharon, que mais tarde se tornaria primeiro-ministro, ignorou os avisos de que os falangistas massacrariam os refugiados palestinos para vingar-se da morte de centenas de civis cristãos por guerrilheiros palestinos no sul do Líbano, seis anos antes.

Outro caso de animação indicada ao Oscar de melhor filme estrangeiro e com grande repercussão em todo o mundo foi o iraniano Persépolis, baseado nos quadrinhos homônimos de Marjane Satrapi. No Brasil, os quatro volumes da HQ foram publicados pela Companhia das Letras entre 2004 e 2007. Os dois filmes, Persépolis e Valsa com Bashir, contam histórias individuais. O primeiro surgiu em quadrinhos para depois ser transformado em desenho animado. Já o segundo, “Valsa” fez o caminho inverso, primeiro no cinema para depois a versão em quadrinhos.

Desta forma Persépolis retrata a chegada de um regime tirano do ponto de vista de uma menina de dez anos – a autora quando jovem. Narra o fato de dentro, valorizando o drama humano de quem viveu injustiças, perdeu os direitos básicos e pôs em dúvida todos os valores. Ela via o conflito enquanto vítima. Já Valsa com Bashir testemunha o resultado de ação traumática de guerra entremeados de sonhos e alucinações que estavam enterrados no subconsciente do autor. Persépolis e Valsa com Bashir partem do tema da memória para reconstruir os acontecimentos de um período.

O contador de histórias tem uma função consagrada pelo tempo. Conta aos homens de onde eles vieram, cria fábulas para eles, concluindo com uma moral, para mostrar-lhes, do seu jeito, como deveriam se comportar. Faz com que se divirtam e aprendam. Ao longo dos séculos, os contadores de histórias têm usado o mito, as epopeias, os gracejos, as adivinhações, o teatro, o romance e o cinema. Hoje, mais do que nunca, vivemos dentro de histórias que nos foram contadas. Todas as nações, em todas as épocas, ansiaram por melhores histórias, porque histórias são o material de que são feitas as pessoas, que nele se reconhecem e se identificam. Nossas vidas têm muitos outros componentes. Nem precisamos dizer isso. Não somos constituídos somente de histórias. Mas, sem histórias, somos nada, ou muito pouco.
.
.
.
.
.
.
.
source: cinefrance

Waltz with Bashir (Alemanha, França, Israel 2008).

Animação em cores/87’.

De Ari Folman.

Em uma noite num bar, um velho amigo conta ao diretor Ari sobre um sonho que tem repetidamente no qual ele é perseguido por 26 cães ferozes. Toda noite o mesmo número de feras. Os dois homens concluem que existe uma ligação entre o sonho e sua missão no exército de Israel na primeira Guerra no Líbano no início dos anos oitenta. Ari se surpreende por não conseguir lembrar de mais nada sobre aquele período de sua vida. Intrigado por esse mistério, ele decide encontrar e entrevistar seus velhos amigos e companheiros espalhados pelo mundo. Ele precisa descobrir a verdade sobre aquela época e sobre si mesmo. Conforme Ari vai se aprofundando mais e mais nesse mistério, sua memória começa a assombrá-lo com imagens surreais…
.
.
.
.
.
.
.
source: ray-magazinat

„Waltz With Bashir“ versammelt Erfahrungen israelischer Soldaten aus dem Libanonkrieg. Der Regisseur Ari Folman zeichnet so seine eigenen, verlorenen Erinnerungen auf – in einem, wie er selbst sagt, animierten Dokumentarfilm.

Von den Kameraden verlassen, vom Feind übersehen. So versteckt sich Ronny hinter einem Erdhaufen, bis das Töten zwischen israelischen Soldaten und libanesischen Kämpfern im Hintergrund des Bildes sein Ende findet. Es wird Nacht, und Ronny schwimmt im Meer um sein Leben, über die Grenze nach Hause, nach Israel. Es ist 1982, große Libanon-Offensive Israels, und im animierten Dokumentarfilm Waltz With Bashir tobt die Erinnerung an diese Zeit.

Waltz With Bashir ist eine Gedächtnisrevolte in den expressivsten Farben und Tönen. Der israelische Fernsehregisseur und Dokumentarfilmer Ari Folman tritt mit diesem Film vor allem gegen das eigene Vergessen an. Überrascht darüber, dass er sich an sein Handeln als junger Soldat während des Libanonfeldzugs, der bis nach Westbeirut führte, überhaupt nicht erinnern kann, startet er dieses ungewöhnliche Projekt. Er befragt acht oder neun Mitstreiter in wundervoll persönlich gefärbten Stimmungen und animiert so ein Zeitbild zwischen Angst, Pop und Tod. Zeichner bekamen von Folman ein Storyboard aus Fotos vorgelegt und empfanden in einem lodernden, expressiven Realismus die Interviewsituationen sowie gedankliche Einschübe – Erinnerungen, Träume – nach.

Das Schöne dieses Projekts liegt in der inneren Bewegung des Films und in dessen Ästhetik, eigentlich im Verhältnis beider zueinander. Auch wenn das visuelle Verfahren anders als die Rotoskopie (überzeichnete Fotoaufnahmen wie in Linklaters Waking Life und A Scanner Darkly) funktioniert, vermeint man doch hin und wieder, reale Personen oder Gegenstände (Panzer, Häuser) richtiggehend durchscheinen zu sehen, so reell ist die Wirkkraft des Dargestellten. Die züngelnden Bilder der Träume und Erinnerungen sowie die schlafwandlerisch verlangsamten Bewegungen der ersten Zeit- und Erzählebene verfremden die Realität in zwei Richtungen: Die Gegenwart, aus der der Filmemacher Ari (Folman selbst) die Geschehnisse aufrollt, ist durch das Erlahmen der Erinnerung sediert. Die Ereignisse der Vergangenheit aber erweisen sich als bedrohlich, wie die Kriegssituation, in die junge israelische Soldaten beordert werden, oder auch als verführerisch, weil jugendliches Empfinden hier scheinbar noch nicht durch Prozesse des Vergessens verformt ist. Insgesamt verleiht die Animation Waltz With Bashir eine unheimliche Kraft des Virtuellen, die das Gedächtnis – und damit seine Protagonisten – wie aus einem Schleier schließlich befreit und am Ende in knappe, reale Bilder der ursächlichen Verdrängung selbst führt: zu den Aufnahmen der Opfer des Massakers in den palästinensischen Flüchtlingslagern von Sabra und Shatila.

Neben dieser bestechenden ästhetischen Strategie – die wohl auch darauf zurückzuführen ist, dass sich Erinnerungen zwar fiktionalisieren, aber schlecht dokumentieren lassen – wird die Dramaturgie, insbesondere die innere Bewegung der Erzählung selbst zu einer wirkungsvollen Kraft.

Patchouli und Palmen

Vereinzelung ist im Selbstbild kein Merkmal der israelischen Gesellschaft, auch wenn israelische Medien in der jüngsten Vergangenheit immer wieder von einer Normalisierung/Entsolidarisierung sprechen: 60 Jahre nach der Staatsgründung, zwischen dem traumatischen Nachwirken der Shoa, der Idee des Zionismus und den Erfahrungen der Kibbuzim-Bewegung, wird Einheit und Kollektivität (mit all ihren Schattierungen) symbolisch hochgehalten. Umso stärker ist die Differenz zu Folmans Erzählung, in der junge Israelis als Soldaten nicht nur während der militärischen Operationen völlig überfordert – allein gelassen – erscheinen, sondern zurück im zivilen Leben diese Erfahrung ein zweites Mal erleben. Das Vergessen erweist sich für Ari im Film als eine Art Guerillastrategie gegen das eigene Bewusstsein. Immer wieder setzt er zum Traumbild an, in dem bewaffnete junge Männer nackt aus dem Meer am Strand von Beirut steigen, ohne aber weiter zu wissen. Erst seine Freunde reichern seine gespenstische Vision mit emotionalen Erinnerungen an: der Duft von Patchouli, das Surfen am Palmenstrand unter Bombardements (Vietnam als Referenz), eine Bootsparty, ein Straßengefecht unter dem Porträt von Bashir Gemayel, des eben ermordeten Führers der christlich-maronitischen Milizen im Libanon.

Folman setzt nach und nach sehr unterschiedliche Perspektiven zusammen und führt so aus einem Erleben der Vereinzelung zu einer kollektiven Wahrnehmung. Seine Erzählungen des Krieges von unten stoßen so eine generationsübergreifende Erkenntnis- und Wahrheitsproduktion an, die schließlich im finalen, realen Bild der Toten in den Flüchtlingslagern gipfelt. Trotz der bis heute umstrittenen Hintergründe des Massakers fokussiert Waltz With Bashir nicht primär auf die politische Frage der Verantwortung – Israels damaliger Verteidigungsminister Ariel Sharon kommt hier als duldende Instanz ganz nebenbei vor – sondern vielmehr auf das Erleben der In-den-Krieg-Geworfenen selbst. Wer fühlt sich schuldig und warum? Und obwohl einige der im Film angerissenen Skizzen beim Betrachter fürchterliche Bilder evozieren, produziert der Film selbst durch den Prozess der Veräußerlichung dieser vergrabenen, persönlichen Erinnerungen eine unverhoffte Wärme. Wie diese Figuren miteinander sprechen (alles Ausschnitte aus realen Interviews) ist nicht dem Jargon des Krieges entliehen, sondern einer Reflexion fern der medial und politisch transportierten Rhetorik des Nahostkonflikts geschuldet.

Der Titel des Films bezieht sich nicht nur auf eine Szene im Straßenkampf von Beirut, wo ein israelischer Soldat mit einem MG unter dem Wandgemälde Gemayels im Kugelhagel der Milizen des Führers „tanzt“, während die Bewohner der Häuser von ihren Balkonen dem Geschehen wie einem surrealen Spektakel folgen. Der Walzer mit Bashir ist aber auch eine sarkastische Anspielung auf die vorübergehende Allianz der israelischen Politik mit den Phalangisten in einem Krieg, in dem zuweilen Freund und Feind so unberechenbar wechselten, dass die Fronten auch keiner religiösen oder ethnischen Logik mehr folgten. Aus dieser Irrationalität des Krieges erwächst bei Folman eine individuelle Schuld der Schuldlosen, die sich in einer Art Psycho-Rätsel zu einem kollektiven Gesellschaftsbild formt.